Podríamos decir que Brasil es Carnaval y que el Carnaval es Brasil, pero preferimos que sea João do Rio el que lo cuente: “Era en plena calle de Ouvidor. No se podía andar. La multitud se apretaba, sofocada. Había sujetos congestionados, forzando su entrada a codazos, mujeres acaloradas, niños gritando, tipos voceando pillerías (…). La calle se convulsionaba como si se fuera a rajar, a reventar de lujuria y de ruido.”
Podríamos recordar los orígenes, el sentimiento y el trabajo de miles y miles de personas en Brasil durante doce meses para que los Carnavales sean memorables año tras año, pero es casi mejor que lo narre Carla Guimarães: “El afoxé estaba constituido exclusivamente por hombres, una inmensa marea de hombres negros vestidos de blanco con turbantes y collares de bolas azules y blancas, que eran la marca registrada del grupo. A medidas que avanzaban por la avenida, regalaban los collares a los admiradores que estaban por el camino. Casi todas mujeres.”
Los extremos y la pasión ilimitada en los días de desfile, tanto de las escuelas como de los blocos, los explica a la perfección el cronista carioca: “Así es el carnaval –recalcaba mi querido compañero–. Es cuando todos nosotros sentimos irreparable la desgracia. Está claro que las comparsas perderían esa fama de ser el vivo reflejo de la sociedad si no utilizaran esa mezcla indescifrable de dolor y de pesar. Todos los años en sus cantatas algunas comparsas conmemoran las fatalidades más míticas.”
Una vez que conoces la historia, una vez que has escuchado a Pixinguinha, Batatinha, Cartola, Chiquinha Gonzaga y el resto de leyendas de la música carnavalesca brasileña, cuando ya lo llevas en la sangre porque has acudido a los ensayos y te has entrenado a conciencia en el precarnaval, entonces empiezas a moverte como pez en el agua en el glorioso tumulto y a añorarlo cuando estás lejos. La dramaturga y periodista bahiana lo resume muy sencillamente: “La plaza Castro Alves era el centro del carnaval. Mejor dicho, el epicentro. El carnaval es un magnífico desastre natural (…). La gran apoteosis es el encuentro de las agrupaciones en la plaza, donde todos se convierten en una sola cosa: la masa.”
Podríamos decir que Brasil es Carnaval y que el Carnaval es Brasil, pero preferimos hablar menos y bailar y cantar más.
[Fragmentos extraídos de la crónica “Elogio del carnaval”, de João do Rio, incluida en “El alma encantadora de las calles”, y de la novela “Los últimos días de Carnaval”, de Carla Guimarães.]
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